miércoles, 18 de agosto de 2010

Barbarie



“Nuestra época corre el riesgo de precipitarse en la barbarie”. Esta afirmación, formulada de una u otra manera, me lleva persiguiendo desde hace años como una vaporosa amenaza. Barbarie, término impreciso pero de resonancias temibles, evocadoras de destrucción, de violencia, de muerte, de olvido. Hoy los tiempos adelantan que es una barbarie. ¿Pero qué significa realmente "barbarie"?
En el año 1995 el pensador Francisco Fernández Buey publicó un libro en la colección “Biblioteca del Presente” de la editorial Paidós que llevaba por título La Barbarie. De ellos y de los nuestros. Dicho libro, difícil de encontrar hoy día (acaso descatalogado) surgía en el peor momento vivido por la izquierda global, en pleno desconcierto tras el colapso de los regímenes socialistas de Europa del este y en medio de las atrocidades de la guerra de Yugoslavia. Su propósito manifiesto era (es) explicar el concepto de barbarie a lo largo de la historia desde la Antigüedad hasta el presente, deteniéndose en momentos históricos específicos como la llegada de los europeos a América o en el pensamiento de ciertos autores como Aristóteles, Cornelio Tácito, Bartolomé de las Casas, Montaigne o Leopardi.
Partiendo del poema de Constantino Kavafis "Esperando a los bárbaros", Fernández Buey va dándole vueltas al concepto, literalmente, pues el bárbaro es primero el extranjero en tierras griegas, después el invasor de Roma, luego el iletrado en tiempos del Renacimiento, luego el habitante del Nuevo Mundo (o su contraparte, el invasor europeo). Barbarie como extranjería, barbarie como crueldad, en una relación semántica no siempre legítima. ¿Eran los bárbaros una solución después de todo? se preguntaba Kavafis. El bárbaro como germen del buen salvaje para la Ilustración. Pero bárbaros fueron los nazis y los estalinistas. Bárbaros son los yanquis. El libro dedica tres capítulos a esas tres formas de barbarie histórica reciente que han constituido el nazismo, el estalinismo y lo que el autor llama “americanismo”, el culto a la fuerza fascistoide que ha demostrado en los últimos cien años la actual superpotencia en sus innumerables incursiones bélicas y en la propia estructura de su economía, en la cual el complejo militar-industrial se constituye en eje central. Afganistán e Irak siguen ahí para demostrárnoslo.
Socialismo o barbarie. La expresión de Rosa Luxemburg es analizada a la luz de la experiencia de que puede haber a la vez socialismo y barbarie, que el socialismo, contrariamente a lo que se quiso, no pudo contener la crueldad del régimen estalinista, fórmula política tal vez adulterada por la fuerza con que el pasado reciente del zarismo aún actuaba en la Rusia post-revolucionaria: el terror padecido en la antigua URSS por millones de personas se nos presenta doblemente siniestro en la medida en que venía arropado por una retórica emancipatoria e ilustrada, que se presentaba como baluarte de los valores humanos y de una moral superior. Sin embargo Stalin lo dejó meridianamente claro al afirmar que “extirpar la barbarie por métodos bárbaros era pura y simplemente el socialismo”. Y así ha quedado el cadáver del comunismo soviético para la historia, como un proyecto fracasado que sirve de ejemplo ilustrativo en la argumentación de los sabelotodo neoliberales. Aunque en realidad fuera mucho más que eso.
El llamado "choque de civilizaciones" constituye el penúltimo episodio de esta metahistoria de la confrontación. Desde las tesis de Huntington en los años noventa hasta los tira y afloja acerca del hiyab que diariamente podemos observar en las noticias en nuestros días, el miedo al otro sigue siendo una constante con ecos siempre siniestros. Especialmente en Europa, donde la memoria del horror reciente no nos permite bajar la guardia: constantemente vemos crecer estos “partidos de la libertad” con programas que encubren un racismo manifiesto con evocaciones al libre determinismo del individuo presuntamente amenazado por estas corrientes religiosas totalitarias que ponen en peligro las virtudes de la identidad nacional (blanca, cristiana, etc.). Austria, Suiza y Holanda son tres ejemplos de países donde esta nueva extrema derecha ha llegado o se ha acercado mucho al poder mediante las urnas, evidenciando así el enorme riesgo que se cierne sobre nosotros. Y mientras las embrutecidas clases trabajadoras de Europa se dejan llevar por nuevas formas de demagogia y se enfurecen ante la “invasión” de trabajadores de ultramar que visten, comen y rezan de forma diferente, en Oriente Medio, los soldados de la Ilustración masacran poblaciones civiles, torturan y humillan al otro en nombre de la libertad y de la seguridad, ante la casi completa indiferencia de la ciudadanía internacional. La indiferencia posmoderna de nuestro tiempo, la tolerancia de lo intolerable.
Barbarie, en cualquier caso, es un concepto fuertemente dialéctico, un concepto que opera siempre en dos direcciones, de dentro a fuera y de fuera a dentro, siendo ambos campos intercambiables. ¿Quién es el bárbaro? También desde la ideología se establece la frontera de la barbarie. Desde un punto de vista “de derechas”, como hemos visto, el bárbaro es, hoy y siempre, el extranjero de costumbres anómalas, pero también el habitante de los suburbios cuyo comportamiento desordenado, violento e irracional es percibido como una amenaza. Es el viejo “miedo a la chusma” de los señoritos. Ya en el siglo XIX, los burgueses de Europa atribuían también costumbres bárbaras al proletariado revolucionario, verdaderos “bárbaros interiores” dispuestos a usar la violencia para alcanzar sus objetivos políticos.

J. Otero: Barbarie

Frente a esta caracterización, la “izquierda” teme la barbarie propiciada por el individualismo exacerbado, el sálvese quien pueda y el todos contra todos de la civilización de mercado. Afirma Fernández Buey: “Por barbarie hay que entender hoy la crisis y el abandono de los sistemas de reglas y conductas por las cuales todas las sociedades regulan las relaciones entre sus miembros y, en menor medida, entre sus miembros y los de otras sociedades”. Es el nuevo fascismo que denunciara Pasolini: la implantación del hedonismo consumista como nueva ideología totalitaria global, la desaparición de las diferencias culturales bajo el rodillo de la mercantilización de la vida, la desaparición efectiva de aquellos bárbaros de antaño, en definitiva. Acaso ellos eran una solución, después de todo. Desde este punto de vista hemos de reevaluar nuestro juicio sobre las diferentes formas de resistencia, los escasos focos de rebelión que surgen aquí y allá: en el mundo musulmán, sí, pero también en las costas africanas, donde bárbaros pescadores tienen que recurrir a la piratería ante el expolio y la contaminación de sus aguas, o en Latinoamérica, donde los bárbaros indígenas se obstinan, después de quinientos años, en mantener su cultura y sus tradiciones frente a los cantos de sirena de la modernidad neoliberal. El neoliberal, el neoilustrado, el neocolonial, no entiende todos estos “fundamentalismos”, producto, según él, de la ignorancia: hoy como ayer, el bárbaro es, en el mejor de los casos, una mente infantil incapaz de decidir por sí misma lo que le conviene, ligada como está a las inercias de su entorno, casi como el animal, para Heidegger, que vive en el aturdimiento ante la naturaleza.
Fernández Buey abre y cierra el libro con una dedicatoria y a la vez invocación a Espartaco, Girolamo Savonarola, Thomas Münzer y Bartolomé de las Casas, “probablemente héroes, también, para el siglo XXI”. Figuras históricas de la rebeldía, la renovación moral, el deseo de justicia universal y la denuncia inquebrantable. Ciertamente, fuentes de inspiración para todas las revoluciones por venir.