lunes, 13 de agosto de 2012

Gavilán

I. Il divino marchese.




"Un patrimonio de cultura es seguramente un bien multiforme, pero es sobre todo una herencia que las generaciones que nos han precedido nos han confiado, que nosotros hemos tenido y que deseamos confiar a las generaciones que nos sucederán.
Eso representa la idea de la belleza, la tradición y el significado de las épocas que se encadenan: nuestra misma identidad. Conocerlo quiere decir conservarlo; catalogarlo quiere decir exaltarlo y proponerlo ulteriormente valorizado a aquellos que deberán, querrán y sabrán preservarlo".


Marqués Giuseppe Roi


La colección de Giuseppe Roi, exhibida en el último piso del palladiano Palazzo Chiericati en Vicenza, constaba de un grupo heterogéneo de pinturas y dibujos, desde algún maestro del manierismo véneto hasta dibujos a tinta de Picasso, pasando por dos grabados de Manet, muy buenos: el bebedor de absenta y el bebedor de vino. Y otras tantas piezas. Era breve y excelente. En las fotos, se veía al marqués con distintas personas, de aspecto adinerado, quizás nobles o similares.

II. No hay documento de cultura, que no sea, a su vez, documento de barbarie.

                                                                                                                       Walter Benjamin

III. Qué maravilla, vivir entre nubes de algodón. Qué maravilla, contemplar tanta belleza. Por eso quienes viven apegados a estos bienes son tan buenas personas y lo dedican todo a los demás. Porque el arte y la cultura enaltecen. La nobiltá existe hoy en día, la noblesse, la nobleza, la aristocracia y la alcurnia del más alto abolengo. Cuando uno vive en tierras limítrofes, en la frontera africana, no se entera mucho de estas cosas, aunque también tengamos nuestros condes y marqueses de los que poco se sabe, pero allá en la vieja Europa las cosas se ven distintas al fin y al cabo. 
El arte encadenado a la historia, la belleza: el gusto de unos pocos. Es un tema ampliamente tratado. Hoy vivimos tiempos extremadamente prosaicos, de una fealdad espantosa. Y sin embargo la nobleza sigue ahí, refrendada por la Santa Sede y por todos los poderes que son y han sido. La parte maldita ha tenido que pagar el precio y sigue pagándolo. ¿Qué hacemos con esta belleza, nosotros, futuros republicanos de la Commune, cuando nos hayamos hecho con el Poder? ¿Se perderá todo esto en el olvido y la desidia, como los restos de un (mal) sueño? ¿Serán ciertas las palabras del marqués Roi? Y, lo que es más importante: ¿están estas formas irremediablemente asociadas a unos poderes específios, es decir, a unas clases determinadas? ¿Son por el contrario estas también nuestras formas?

IV. Duino.

¿Quién me oiría, si gritase yo, desde la esfera de los ángeles?
Y aunque uno de ellos me estrechase de pronto
contra su corazón, su existencia más fuerte
me haría perecer. Pues lo hermoso no es otra cosa que el comienzo
de lo horrible en un grado que todavía podemos soportar
y si lo admiramos tanto es sólo porque, indiferente,
rehúsa aniquilarnos. Todo ángel es horrible.

                                                                                                              Rainer Maria Rilke





Este recio castillo es la espalda de una delicada residencia con inigualables vistas al Adriático y a unas antiguas ruinas prerromanas. Aquí Rilke escribió sus inolvidables elegías, invitado por la princesa Fifí:





V.
-¿A quién pertenece esta Villa de tan hermosa apariencia? -pregunté. Y los dos jóvenes me respondieron al unísono:
-Al marqués de Carabás.



-¿Y cuánto cuesta la entrada? -pregunté yo.
-Habréis de pagar más de cuanto hayáis pagado en todo vuestro viaje. -afirmaron los dos, sin pestañear.
-Y además- dijo un viejo que pasaba por allí -no podréis sacar ni una foto de su interior o lanzarán contra vosotros a los mastines encadenados en el sótano.



IV. El Emperador de Méjico.
Brevísimo cuento de verano.

En un hermoso enclave del golfo de Trieste se alza el Castello di Miramare, que perteneció a un señor llamado Ferdinando Massimiliano d'Asburgo, conocido popularmente como Massimiliano I del Messico.


Observemos que fue un hombre de asombrosas patillas:



Diríase que Massimiliano jamás se afeitó las patillas desde el momento en que estas comenzaron a despuntar en la primera adolescencia, dando con ello un ejemplo notable de nobleza. Aquí, un retrato del noble el día de su primera comunión:
En esta otra imagen, ya fotográfica, apreciamos el notable progreso de las imponentes ahulagas del Emperador:

Finalmente el Emperador, aquí despojado de sus patillas por la paleta inmisericorde de Manet, es quitado de en medio por un escuadrón de cuates mejicanos que no se amilanan por unos pelos que, al fin y al cabo y a pesar de las apariencias, siempre fueron ralos.



FIN


VII. Gavilán.






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